Palco de Prensa
Jueves 3 Julio 2014
Desde la barrera.
Por : Gilberto LAVENANT
La expresión aquella de que “Los toros se ven mejor desde la barrera”, sirve para ubicar a los espectadores de todo tipo de evento, cultural, artístico, social, deportivo, económico y político. Y es que, como espectadores, es común que sean los mejores lidiadores de toros, los mejores beisbolistas o futbolistas, directores técnicos, pugilistas e incluso políticos.
Desde la comodidad del asiento de espectador, es común escuchar a alguien gritar, o simplemente decir, cómo es que debió actuar el protagonista principal del evento. Tratándose de la tauromaquia, por ejemplo, es fácil imaginar que el torero parece un simple bailarín de valet. Pero, ni por aquí nos podemos imaginar, el estar parado y ver venir a un enorme toro, continuar plantados, firmes, estóicos, sin inmutarse, para hacerle la faena.
Desde la barrera, lidiar a un toro, independientemente del tamaño y bravura, a cualquiera parece cosa fácil. Pero, si tan solo, durante unos cuantos segundos, pudiesen estar en las zapatillas del torero, comprobarían que es horrible, que se necesita habilidad y práctica, sobre todo mucho valor, para hacer esos movimientos que parecen cualquier cosa.
Lo mismo se puede decir de cualquier pugilista. Como espectadores, se puede decir que actuó con torpeza, que no golpeó al rival con contundencia, que se quedó parado, sin poder esquivar los golpes del rival, que pudo haber hecho mejor papel. Si el espectador supiera, que la contundencia, fuerza y velocidad con la que se tiran los golpes, no dan tiempo para esquivarlos y a la vez resulta difícil atinarle al rival, que está siempre a la defensiva.
Ni qué decir de los futbolistas, a propósito del mundial de Brasil. Se ve a los jugadores correr de un lado para otro, como gacelas, hacer combinaciones y burlar a los contrarios, hasta meter la bola en la portería contraria, que quienes observan desde las gradas, suponen que se trata de simples juegos de niños. Es fácil, para quienes tienen años dedicándose a eso, para quienes tienen aptitudes y han desarrollado habilidades. Pero no lo es tanto, si se entiende y reconoce que los contrarios son iguales o mejores.
Esto, sin considerar el peso o presión que tienen que soportar, cuando se ostenta la representación de un país, y los connacionales en las gradas, quisieran que sus paisanos fuesen los mejores en la cancha, y por ello los critican severamente, e incluso los insultan, cuando fallan un penal, cuando no pueden atajar un balonazo, cuando otro jugador los burla o les quita el balón, con aparente facilidad.
Pero si alguien, pudiese cambiar su cómoda posición de espectador, y meterse al campo a suplir a cualquiera de los jugadores, podría entender aquello de que “los toros se ven mejor desde la barrera”. Tendría qué reconocer el valor y la calidad de juego, de unos y otros. Que no es nada fácil el papel que desempeñan, y entonces, serían más serenos, más sensatos y justos, en su cómodo papel de meros espectadores.
Pues deben saber, que algo casi similar ocurre en la política. Los que están fuera de la función pública, como espectadores, son buenos críticos de los gobernantes y se atreven a señalar fallas o excesos, al grado de que presumen que ellos harían mejor papel. Que serían formales, ejecutivos, contundentes. Que llamarían a las cosas por sus nombres.
Así pensaban muchos, que vivían ajenos a la política, que rechazaban toda posibilidad de involucrarse en actividades partidistas y que se cerraban a la simple suposición de participar en actividades políticas. Sobre todo, a imaginarse algún día desempeñando un puesto público. Que, como simples ciudadanos, cual meros espectadores, eran los más severos críticos.
Hasta que un día, la invitación de un amigo, o la simple curiosidad, les seducen y les llevan a ocupar un puesto público. En particular, uno de elección popular. Experimentan una sensación fabulosa, cuando los demás ciudadanos le manifiestan su apoyo y solidaridad, y les otorgan su confianza, para que lleguen a la posición a la que son postulados.
En un abrir y cerrar de ojos, el simple ciudadano, el espectador, se convierte en funcionario público. De pronto, tiene que reconocer, que no es lo mismo, ser pato, que escopeta. Que es relativamente cómodo, ser espectador y critico. Que la función pública, es más compleja, de lo que imaginaba.
Que si es cierto, que en la administración pública, se generan enormes riquezas, pero no es precisamente un monopolio, sino una maraña de intereses, en la que cada quien hace su propio negocio y deja que los demás hagan los suyos, siempre y cuando a ellos no los molesten.
Los líderes obreros, los transportistas, los dirigentes de organismos empresariales, no andan tratando de componer el mundo. Cada quien busca mejorar sus ingresos, ampliar sus fuentes de generación de dinero, pero de dinero fácil, libre de polvo y paja. Recibir o adquirir, permisos, concesiones, o simplemente impunidad para operar libremente, al margen de la ley.
Hoy en día, las cuestiones ideológicas partidistas, salen sobrando. Los apoyos y los reclamos, giran en torno a los negocios. Los chiquipartidos, son como una concesión familiar, que controlan grupúsculos, que al amparo de siglas partidistas, exigen prebendas y atenciones especiales.
En especial, si se trata de obras públicas. Apenas se empieza a hablar sobre la posibilidad de hacer tal o cual cosa, y de inmediato surgen los zopilotes de la política, que gestionan los recursos, pero que los condicionan a la contratación de empresas constructoras en las que tienen invertidos sus capitales o negociadas participaciones de las utilidades.
Todo esto, es sumamente interesante, en tanto que cada día se fortalece la idea, de que las candidaturas ciudadanas o independientes, son la fórmula ideal para cortar de tajo la corrupción. No es tan simple, como parece. Para empezar, cabe advertirles, a los presuntos aspirantes, que no es lo mismo, ser meros espectadores y críticos, que protagonistas. Que los toros, se ven mejor desde la barrera.
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